Sin que sepamos por qué, quiso el destino hacer que Nicolás naciera en una familia de endibias. Esto no resultaría digno de mención si no fuera porque Nicolás era un tomate, un tomate gordo y rojo, rojo como un... como una manzana roja. Al menos como una manzana roja que fuera roja como un tomate, claro, aunque sabemos que el rojo de una manzana roja no es el rojo de un tomate, sino que es más oscuro y apagado, pero imaginemos por un segundo una manzana que fuera de un rojo tan potente como el de un tomate. ¿Lo tenemos? Bien, entonces podemos decir ya sin más rodeos que Nicolás era tan rojo tan rojo como esa manzana que imaginamos que tiene el color vivo de un tomate.
Claro está que a papá y a mamá no les causó mucha ilusión el nacimiento de Nicolás. Ellos, de aspecto majestuoso y colores suaves, vestidos con ese sutil conjunto que se desliza del blanco al verde suave que los corona, presenciaban al pequeño y rechoncho Nicolás: redondo y achatado, con un pelo enmarañado tan lleno de remolinos que podría decirse que todo él es un remolino en sí mismo, y sobre todo, rojo, tan rojo como una manzana roja que tuviera el rojo vivo de un tomate; y se preguntaban qué pecado habían cometido para que el Supremo Reluciente les enviara aquel esperpéntico retoño. Original, sí, pero feo. Feo de cojones.
Aún así mimaron y dieron al pequeño todo cuanto estuvo en sus hojas. Tuvieron la esperanza de que el Supremo Reluciente hiciera palidecer su rojo, peinaron sus cabellos enmarañados intentando estilizar su figura, pero nada de ello hizo parecer a Nicolás más endibia. De hecho, cuanto más crecía más tomate parecía, y Nicolás -que a pesar de ser tomate era una hortaliza de buen entendimiento- notó enseguida que estaba fuera de lugar con aquella familia. Esto hizo a Nicolás una noche escaparse de su huerta.
Y así comenzó la leyenda de lo que hoy conocemos bajo el nombre comercial "Las Aventuras de Nicolás: La Hortaliza Errante", y que tanto que hablar a dado a investigadores y sabios de nuestra época. Unos se preguntan por lo extraño de su nacimiento, queriendo dar respuesta al hecho milagroso de que Nicolás fuera concebido sin semilla. Otros tienen más interés por la vida de Nicolás, que alejado de su huerta natal recorrió el mundo desarrollando una vasta comprensión acerca del alma y espíritu de las hortalizas, transmitiendo un esperanzador mensaje a todos aquellos que dirigieron su escucha hacia el rechoncho profeta. Otros muchos han investigado el tema muy a fondo, llegando a conclusiones verdaderamente insospechadas. Tal es el caso de la última que conocimos, mediante la que se aseguraba que Nicolás no fue realmente un tomate, sino una berenjena, sosteniendo del mismo modo que no fue por su propio gusto que se marchó de su huerta natal, sino que fue expulsado por sus padres, aburridos de su violeta depresivo. No está en nuestra mano -y tampoco entra dentro de nuestra pretensiones- añadir o restar veracidad a ninguna de las afirmaciones que se han hecho respecto a la vida de Nicolás, pues de eso ya se encargará el tiempo que, en estos casos, es el mejor aliado de la realidad. Nuestro único objetivo con nuestro escrito es dejar claro que Nicolás, si fue verdaderamente un tomate, era tan rojo tan rojo como una manzana roja que tuviera el color rojo vivo de un tomate.
Y con eso nos damos por satisfechos.
Daniel Canelo Soria