En la Casa de la Verdad, aparte de toda la Historia Universal y de la inmensa biblioteca en la que se archivaban todos los pensamientos de todas las personas de toda la historia, había un pequeño rincón iluminado por una vela achatada y azul. Era este el Rincón de las Mentiras, y no contenía nada, pero sin embargo era el lugar más interesante que había en la Casa de la Verdad. Maestros y buscadores de todos los tiempos permanecieron y permanecerán allí, mirando la llama de la vela, absortos en su contenido, durante horas y días y meses. Lo que hacía del Rincón de las Mentiras un lugar tan especial, era la capacidad que tenía para hacerte dudar de todo. Uno podía pasarse años estudiando la Verdad, ojeando aquí y allá, archivando información veraz en su cabeza; y podía ser muy feliz así, desde luego. Pero inevitablemente, todo aquel que buscaba la Verdad, acababa sentándose alguna vez frente al Rincón de las Mentiras, donde de repente se le planteaban serias dudas acerca de lo que había estudiado, de todo lo que había aprendido allí. Es entonces cuando uno caía en el inquietante hechizo del rinconcito. Sin nada que hacer, sin encontrar nada más interesante que cuestionarse una y mil veces todas las verdades que uno había encontrado a lo largo de su vida. Así perecieron muchos. Pero no así Darcelo. Darcelo hubo de sentarse un día también delante de la llama. También hubo de pasar muchos años de reflexión y duda, y hay que decir que también a punto estuvo de morir ahí sentado. Pero en el último momento se le vino a la cabeza algo así como una respuesta, una conclusión, que hizo merecerle la pena todos esos años de aislamiento. Y dejó escrito antes de morir lo que sigue: "Igual nos da si la Verdad es de verdad o si de verdad es la Verdad una mentira, eso no importa. De lo que me he dado cuenta después de tantos años de reflexión es de que, si quiere, uno puede dedicar su vida al estudio de la Verdad, no le está negado, e inevitablemente acabará estudiando a raíz de aquella también la Mentira, llegando a dedicar casi por completo su vida a ello, y también esto le está permitido; pero de lo que me he dado cuenta -y este es el legado que en este momento próximo a mi muerte quiero dejar a los futuros estudiantes de la Casa de la Verdad-, lo más importante que he averiguado en torno a este propósito noble y digno de alabanza, es lo siguiente: hay que ponerse calcetines. Después de cincuenta años absorto observando la llamita en este sacro lugar he podido constatar ahora que, sin darme cuenta, se me han quedado los pies como frigo del super."
Y, escritas estas palabras, Darcelo murió.
Daniel Canelo Soria