Estando un día charlando con el sacerdote de mi barrio, Julián, me contó que su mentor en la doctrina era un tipo muy reservado, cuyas convicciones ideológicas y religiosas le impedían ver más allá de lo que dicta el libro sagrado.
Días más tarde, cuando me volví a encontrar con Julián, esta vez a las puertas de la ermita, le sugerí que me presentara a su compañero de sotana. Al acercarse a nosotros, el anciano, que intentaba mostrar un manejo del arte de la palabra del cual carecía, me dio la impresión de tratarse de un hombre ciego ante la realidad. Únicamente, se limitaba a repetir una y otra vez el mensaje que supuestamente Cristo nos envió. Por cierto, ese mensaje, el mío en particular, no me llegó (supongo que la paloma mensajera que lo traía a mi casa fue aniquilada por esos cazadores clandestinos, amantes de las armas y de las gaviotas).
El caso es que el hombre, al igual que oímos diariamente a los altos cargos eclesiásticos, no daba su brazo a torcer, a la hora de llevar a cabo una modernización conceptual y moralista de las doctrinas católicas, que a todas luces hace tiempo que quedaron obsoletas.
En cambio, Julián, era miembro de esa sección reformista de
Tras un tiempo, investigando sobre el tema, descubrimos que únicamente este tipo de personas ciegas ante la realidad (no únicamente clérigos cerrados, sino de cualquier inclinación ideológica), poseían un recoveco en su cavidad cerebral, habitada únicamente por mentiras, mentiras repetitivas, mentiras de todos los ámbitos, y de tal calibre, que habían obstruido uno de los mecanismos racionales fundamentales del hombre.
A través de estas investigaciones, mi coleguilla y yo, ideamos un plan basado en una serie de técnicas orientales de relajación intracraneal, que nos permitió abrir el rincón de las mentiras de aquel sacerdote. Tras explorar cognitivamente su rincón pútrido y maloliente, decidimos sacar una a una, cuales rodajas de piña en almíbar, todas las mentiras depositadas en aquel rincón (lata oxidada). Una vez vaciado el rincón, le proporcionamos una luz artificial, para que la oscuridad no vuelva a apoderarse de él.
La clave no es una idea u otra, sino la claridad, la iluminación. Poder ver todo, para poder cognitivamente hacer una selección a tu gusto. Desde aquél día me dedico a iluminar los rincones de las mentiras, mejor dicho, de vuestras mentiras.
Francisco Leal
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