lunes, 22 de diciembre de 2008

Flirteando con la soledad

Armando Bulla era un tipo peculiar. En su etapa de chico adolescente, tuvo numerosos problemas de adaptación tanto en el medio familiar, como en el escolar. Como habrás apreciado, no he hecho ninguna mención a sus amistades, y es que nunca me ha gustado hablar de aquello que no existe.

Sus años más sensibles, tanto por la evolución psicológica como anatómica, estuvieron marcados por un triste y traumático hermetismo social. De este rechazo por parte de la sociedad adolescente, fue surgiendo un rencor indestructible dentro de sí. Fue así, como forjaba día a día una personalidad marcada por la violencia y el rechazo a los demás.

Viviendo en sociedad, su forma de ser chocaba de frente con los principios, supuestamente pacíficos, que todo el mundo aceptaba como incorruptibles. En cambio, él, como su propio nombre indica, vulneraba de manera abusiva esas normas preestablecidas.

Al cumplir los 18 años, su padre habló seriamente con él: "Mira Armando, a pesar de tu largo currículo, quiero confiar una última vez en ti. Sólo te advierto que con la mayoría de edad, los miramientos legales acaban. Con ello, quiero decirte que varios errores de los que vienes cometiendo reiteradamente, pueden llevarte a los brazos de las sombras durante un tiempo. Créeme, dentro de aquella jaula de gorriones como tú, el cuervo es el rey, y tú un polluelo desamparado".

Aún así, Armando siguió con su conducta antisocial y violenta, que contribuyó al aumento del rencor dentro de sí. Una tarde, tras un rifirrafe con un chaval de dieciséis años, la furia se apoderó de él, y acabó con la inocente vida de aquel crío. Evidentemente, la policía hizo lo propio, y acabó condenado a 12 años de prisión.

A los tres meses de estar dentro de aquella "jaula de gorriones", decidió comenzar a escribir para, de una manera autobiográfica, poder contar y hacer ver a tantos y tantos chavales como él, que aquella conducta violenta no guía más que hacia las sombras, los barrotes y la humillación. Un ser humano, tal y como escribió él más adelante, que debido a su conducta tiene que ser privado de su libertad, no puede ser calificado como ser racional.

El final de su primer ensayo citaba lo siguiente: "Del mismo modo que otros coquetean con la muerte, yo y otros muchos hemos estado flirteando con la soledad todos nuestros días. Cuando al fin, ese flirteo te conduce a convivir con la soledad tras unas rejas, maldices todo el tiempo que estuviste cegado, limitándote a ver únicamente sus virtudes. Al conocerla a fondo, te das cuenta que ninguno de sus placeres, es ni de lejos, comparable con las irreparables secuelas que dejan sus perjuicios". Evidentemente aquel primer ensayo se tituló "Flirteando con la soledad".


Francisco Leal

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